El ego y el Ser

Empecemos con una pregunta existencial, tan profunda y antigua como la humanidad misma: ¿qué soy? Ante de avanzar, te invito a cerrar los ojos un momento y a conectar con esta pregunta. Seguramente lo primero que venga a tu mente sean características de tu personaje en esta encarnación. Después de mucho buscar y conectar con mi Esencia, ésta es la mejor definición a la que llegué hasta ahora: soy una extensión de la Fuente infinita de Energía y Amor al que llamamos Dios, Universo, Consciencia Universal, según los distintos credos o religiones. ¿Y eso qué sería? Es lo que podríamos llamar el Alma o Espíritu, esa energía y fuerza vital que es lo que nos anima a movernos y existir en este mundo físico a través del cuerpo que usamos como vehículo. Es decir, soy un Ser que tiene un cuerpo y no un cuerpo que tiene un Alma. Ahora bien, para la mayoría de nosotros no es tan evidente que somos esa energía infinita que no conoce de tiempo ni espacio. ¿Por qué? Porque nos enseñaron culturalmente que somos un cuerpo, con un nombre, un pasado, una historia, una familia de origen, determinados gustos y preferencias deportivas y políticas, una profesión o actividad, un trabajo, etc. Y en verdad no somos nada de eso. Te invito a profundizar un momento; en mi caso, por ejemplo: si me llamara Mariana, ¿dejaría de ser? No. Acompáñame en el ejercicio. Si dejara de tener la actividad laboral que tengo, la historia que tengo, la familia que tengo, y de pronto tuviera otros, ¿dejaría de ser? Si de pronto me inclinara por otro equipo de fútbol u otro partido político, ¿dejaría de ser? Definitivamente no. Seguiría siendo, pero de otra forma, en otro contexto. Llevándolo al extremo, si me faltara un brazo o una pierna, ¿dejaría de ser? No. Entonces tampoco soy mi cuerpo. Entonces, ¿qué soy? Y esa sola pregunta dispara la conexión con lo que realmente somos, esa energía inmaterial, esa sensación que parece vacío al principio pero que en realidad representa la Totalidad. ¿Por qué parece vacío al principio? Porque detiene la actividad de la mente, se produce un silencio. Y en ese silencio es donde podemos sentir la respuesta, conectar con esa Verdad. En un mundo “hiperenchufado”, ¿cuántas veces nos permitimos un tiempo de quietud, de relajar el cuerpo, de conectar con el latido del corazón, con nuestra respiración, con esa magia que somos y que en la vorágine del día a día pasa desapercibida? Una práctica muy recomendada en este sentido es la meditación para propiciar el espacio para sentir esa conexión con nuestra Esencia. Otra, es prestar atención a los múltiples procesos biológicos que están ocurriendo en este momento en tu cuerpo sin que siquiera lo notes. Esa perfección, ese milagro está diseñado y es animado por esa fuerza invisible, esa energía vital que somos. Prestar atención, y en lo posible agradecer al cuerpo por estar funcionando adecuadamente, es una forma de conectar con nuestra Esencia, con nuestro Ser.

Pero vamos por el lado del opuesto, lo que NO somos: el ego. ¿Qué es el ego? Es la máscara de la personalidad, la forma en que nos mostramos al mundo. ¿Por qué? Porque al nacer, al encarnar, nos “separamos” de la Fuente, y digo así, entre comillas porque en verdad nunca nos separamos de la Fuente, no podemos, porque somos una extensión de Ella y somos Uno con Ella. Sólo que estamos encarnados en esta experiencia física y eso da una falsa sensación de separación. Esa sensación que se produce al nacer nos hace sentir vulnerables, frágiles, y nos lleva a desarrollar esta máscara por protección. ¿Y qué pasa a partir de ahí? Que esa máscara nos hace creer que somos ella. ¿Para qué? Para alimentarse y permanecer, ya que, si no le prestamos atención, si no le damos nuestra energía, no puede seguir alimentándose y muere. Eso es a lo que los Maestros llaman Estado de Iluminación, ya que la Luz del Ser brilla por sobre la sombra del ego. Ahí, en estado de Iluminación es donde existe una total y plena conexión con el Ser, con lo que realmente somos. Y en ese estado no hay sufrimiento, miedo ni preocupación, es nuestro estado natural. Sólo que no residimos ahí por causa del ego. ¿Y cómo se manifiesta el ego? Fácil, es la vocecita que escuchamos en nuestra mente. Esa voz que siempre creímos que éramos nosotros, pues no, somos algo mucho más profundo e infinito que eso. Somos el Ser que escucha la voz. Lo que ocurre es que el ego intenta hacernos creer que somos él para alimentarse de nuestra energía. ¿Y cómo lo hace? Sacándonos de nuestro estado natural de Paz. Por ejemplo, ante un evento neutro, el ego nos habla al oído y nos dice: “esto no debería ser así”, “esto es inaceptable” y a partir de ahí se genera un estado de intranquilidad, de resistencia, que nos hace generar una gran cantidad de energía a través de bronca, enfado, frustración, sufrimiento, de la que él se alimenta. ¿Te ha pasado que después de llorar amargamente por un buen rato, a pesar del dolor y la angustia, muy muy en el fondo puedes identificar una sensación de satisfacción? Ése es el ego alimentándose. Y muchas veces se alimenta de emociones que no son justamente placenteras. Es decir que para que el ego se alimente tenemos que pasar por emociones desagradables. También nos lleva a la excitación por la positiva, es decir, por el éxito de un negocio o por haber alcanzado algo material. ¿Y eso qué tiene de malo? En sí, nada. A lo que hay que prestar atención es a que el ego nos indica que sólo podemos sentir esa emoción, esa adrenalina a la que nos volvemos adictos, cuando ocurre un evento externo que esperábamos o que preferimos. Entonces el ego se alimenta de los dos extremos emocionales, y los que vivimos en el sube y baja emocional somos nosotros. No hay nada inaceptable, sólo necesitamos comprender la ley que lo rige.

Esto nos lleva a la pregunta: y si el ego opera así, ¿por qué le hacemos caso? En mi experiencia, creo que por dos razones: una, porque no sabíamos que teníamos esa opción. Tanto nos hizo creer desde que éramos niños inocentes que era nuestra identidad, esa voz en nuestra mente siempre “acompañándonos”, ahora sabemos con qué intenciones. Y la otra, porque el ego en su afán de sobrevivir tiene múltiples formas de camuflarse y volver a influir en nuestro comportamiento. Puede manifestarse, por ejemplo, como “ego espiritual” cuando empezamos a transitar el camino del despertar de la Consciencia y de repente vemos a los demás que quizás aún no lo han descubierto o que han elegido –en el pleno uso de su libertad– no seguirlo, desde el juicio y no desde la aceptación. Eso también es ego, aunque medite todos los días, haga yoga y vea todas las series de Gaia. Otra de las formas en que le gusta disfrazarse es cuando luchamos contra él. El ego es parte de nosotros, cumplió una función de protección en nuestros primeros años cuando no teníamos la posibilidad de elección ni el conocimiento para hacerlo, que es lo que llamamos Consciencia. ¿Qué es la Consciencia? Desde mi mirada, lo denomino como el “darse cuenta” Y a partir de que me doy cuenta de algo, es cuando puedo elegir. El ego va a estar siempre ahí, hablándote al oído, susurrándote creencias limitantes sobre lo que “no puedes” hacer, porque si conectaras con tu Esencia, perdería la energía que necesita para subsistir. Está en nuestra Consciencia, en nuestra capacidad de identificarlo primero y elegir después, el espacio que le damos; pero es muy importante tener presente que luchar contra él sólo hace que cambie de forma y vuelva a salirse con la suya. El desafío es integrarlo como parte constitutiva del Sistema que somos, en palabras del maestro Eckhart Tolle, como un niño pequeño haciendo travesuras. Quizás alguna vez nos encontremos a nosotros mismos riéndonos al descubrirlo, como en un juego de escondidas.

Para fortalecerse, el ego aplica el mecanismo de la identificación no sólo con nosotros sino también con los demás. Al confundir el ego que percibimos de ellos con quiénes son, tendemos a buscar ocupar una posición de superioridad, el “tener razón”; y de ahí se derivan la indignación, el resentimiento y hasta la ira en algunos casos. Al enfocarnos en el otro como algo separado de nosotros no reconocemos la Divinidad que es común a todos los seres, que somos extensiones de la Fuente común de donde emana la Vida.  Es curioso notar que los patrones mentales condicionados –el ego– contra los que reaccionamos confundiéndolos con el otro, tienden a ser los mismos que tenemos nosotros –o mejor dicho, nuestro ego– Sólo que necesitamos entrenarnos para verlo. Todo lo que rechazamos y resentimos de los demás también está en nosotros. Así como todo lo que somos capaces de reconocer y admirar en los demás es porque está presente en nosotros. Así funciona la Ley del Espejo, según la cual nos reflejamos permanentemente en aquellos que nos rodean y que nos muestran justamente las oportunidades de desarrollo que tenemos por delante. Lo interesante es que lo que rechazamos en otros no tiene nada que ver ni con nuestro Ser ni con el Ser con el que interactuamos. Se trata de dos egos espejándose, dos patrones mentales condicionados. La reacción se produce cuando confundimos al Ser con su ego.

El ego siempre va a buscar la idea de separación y se sobresalir, para poder fortalecerse en nuestra identificación ya sea con algún objeto, una identidad, un cuerpo, un estatus social, etc. Por eso el ego es soberbio, porque necesita sentirse separado y superior a lo que percibe como “los demás”. En cambio, el Ser es humilde porque tiene consciencia de su unión con el Todo, ya que todo lo que existe es una proyección de la misma Fuente de Energía creadora.  Así que, como un tip para reconocer al ego podemos prestar atención a todo pensamiento que nos separa, que nos distinga tanto de otros seres humanos como del entorno. Cuando vivimos desde el Ser es más fácil respetar a los otros seres que comparten la existencia con nosotros, ya que somos conscientes de que TODOS SOMOS UNO.

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