Puede parecer extraña esta forma de ordenar los tiempos; generalmente se enumeran en orden cronológico: pasado, presente y futuro. Pero lo que quiero enfocar en este punto es la ilusión de los dos primeros: pasado y futuro, y la Verdad que hay en el Presente.
Pasado y futuro son construcciones mentales, esas imágenes que somos capaces de representar en nuestra mente, ya sea utilizando la memoria o la imaginación. Sin embargo, ninguna de esas construcciones existe; de hecho, hay estudios científicos que demuestran que, con el paso del tiempo, cuando intentamos relatar hechos del pasado, el relato puede estar muy alejado de lo que realmente ocurrió. Y esto, sin tener en cuenta que el relato siempre va a ser el producto de una interpretación. Es decir que, por empezar, ni siquiera podemos confiar en que un recuerdo sea fiel reflejo de lo que alguna vez pasó. Y a eso hay que agregarle que lo que me cuente de lo que pasó va a estar sesgado por la interpretación que le dé a lo ocurrido. Ahora bien, aunque pudiéramos recordar perfectamente los hechos y relatarlos tal cual ocurrieron sin aportar nuestra subjetividad –lo cual es imposible por nuestra propia humanidad–, de todos modos es un espacio donde no tenemos acción, donde no tenemos poder. Es el lugar donde generalmente el ego aprovecha para generar una de sus emociones favoritas: la culpa. Se dice que la culpa es exceso de pasado. Su presencia nos indica que estamos pensando en eventos que ya ocurrieron y que no podemos cambiar. Genera un tremendo drenaje de energía, que si estuviera enfocada en el Presente podría ser mucho más útil para lo que queremos crear para nuestra experiencia. Si hay algo del pasado que nos hace sentir a disgusto en el presente, el único lugar donde tenemos acción es en el momento Presente. Si podemos de alguna manera compensar o reparar alguna actitud con la que no nos sintamos conformes, lo podemos hacer en el Presente: ofrecer una disculpa, reparar el daño de alguna manera, pero siempre en el presente. Lo que pasó ya pasó y no se puede cambiar; sólo puedo actuar hoy.
Por otro lado, la otra puerta de entrada que le encanta al ego es la del futuro, ya que no tenemos acción sobre ese momento, salvo lo que podamos hacer hoy para acercarnos a ese futuro deseado. Siempre lo que hagamos, aunque más no sea visualizar y planificar ese futuro, va a ser hoy. Entonces, el ego nos empieza a hablar sobre “cómo sería cuando…”, o “cómo sería si…”, situaciones que hoy no existen y que lo único que logramos pensando en ello es perder nuestro estado de Paz. Y ahí es donde aparece la ansiedad, que es exceso de futuro. Y se manifiesta en el cuerpo como una sensación de intranquilidad, de incomodidad, al igual que ocurre con la culpa. En ambos casos el efecto es el mismo: nos aleja de nuestro estado natural de Paz. Y ése es el alimento del ego, por eso promueve que siempre estemos saltando entre pensamientos del pasado y del futuro.
¿Significa esto que no podemos aprender de las experiencias del pasado o planificar cómo queremos que sea nuestro futuro? Por supuesto que no. Lo importante es no quedarnos atascados en esos pensamientos. Cuando capitalizamos una experiencia o aprendizaje de una situación del pasado lo hacemos hoy. Cuando planificamos o visualizamos cómo queremos que sea nuestro futuro también lo hacemos hoy. Hacer incursiones al pasado y al futuro es útil en determinadas circunstancias, la invitación o el desafío es a hacerlo de manera consciente y no compulsiva. Ser nosotros quienes utilizamos la mente y sus herramientas y no ella, gobernada por el ego, la que determine qué pensamientos tenemos, con las consecuentes emociones que generan.
La mente es una herramienta poderosísima; probablemente la herramienta más poderosa jamás diseñada. Pero al igual que cualquier otra herramienta, puede ser utilizada para construir o para destruir. Y la mente cuando está gobernada por el ego se torna destructiva, incluso para el que la posee. Cuando está guiada por el Ser es la herramienta creadora más maravillosa que pueda existir. Lo importante es tomar consciencia de quién está guiando a la mente en cada momento, y eso lo podemos hacer prestando atención a nuestros pensamientos y sabiendo que no son algo que esté fuera de nuestro control: los elegimos todo el tiempo. Tenemos el poder de elegir qué pensar y en función de ello serán los resultados que obtengamos. La mente es como un brazo o una pierna; te invito a pensar en lo irracional de la idea de que una mano o una pierna intenten controlar nuestro cuerpo. Somos nosotros quienes –en un estado normal de salud– les damos indicaciones de cómo moverse. En el caso de la mente pasa lo mismo, pero no lo notamos porque no la vemos con nuestros ojos físicos. La manera en que el ego busca que nos identifiquemos con él hablándonos compulsivamente y generando –a través de múltiples estrategias– alejarnos de nuestro estado natural de Paz, es equivalente a un brazo o una pierna intentando tomar el control de nuestro cuerpo.
La función de la mente es pensar, no hay manera de detener eso. Es como pedirle al corazón que deje de latir. Pero sí podemos elegir qué pensamientos tener. Te invito a verificar que sí podemos. Esa resistencia que puedes estar sintiendo ahora es el ego aferrándose a la idea de que no es posible, ya que de esa forma se vería descubierto y perdería poder. Hay algunos que creen que meditar es detener la mente, pero en la meditación lo que se practica es la desidentificación del pensamiento. Está el pensamiento y está el que observa ese pensamiento. En la práctica de meditación muchas veces la mente empieza a divagar entre lo que tengo que hacer en el día o alguna situación del pasado; es normal. Pero cuando conscientemente la traemos al momento presente es cuando ejercemos nuestro verdadero poder. Al concentrarnos en el ritmo de nuestra respiración es cuando le indicamos a la mente quién es el que manda y la invitamos sutilmente a volver a enfocarse en el punto al que la hayamos dirigido, como puede ser el seguir el ritmo de la respiración. Otra práctica útil sobre todo cuando nos embargan los pensamientos negativos es utilizar alguna estrategia para detener el flujo compulsivo. La estrategia tiene que estar definida de antemano porque en el momento ya consume mucha energía el darse cuenta de que estamos teniendo pensamientos negativos, además de que el ego va a estar al acecho para evitar cualquier cosa que nos aleje del drama. Una herramienta que sirve en este sentido es el famoso “che” de Borja Vilaseca sostenido durante 15 segundos. Otra es recitar un mantra. Un mantra es una palabra o una frase que se repite de manera sostenida y rítmica, y que tiene como propósito conducirnos a un estado de consciencia distinto. En Internet hay múltiples ejemplos, los tradicionales están escritos en sánscrito o tibetano, pero también pueden ser en inglés y algunos en castellano. La idea es reconducir la avalancha de pensamientos negativos cuando se desata, ejerciendo nuestro poder para dirigirlos hacia pensamientos más agradables, que nos devuelvan a nuestro estado natural de Paz.
Saber que tenemos la capacidad de enfocar nuestra atención en el momento presente es una forma de recuperar nuestro poder. Es darnos cuenta de que no estamos a merced del divagar compulsivo de la mente, sino que podemos elegir los pensamientos y por consecuencia crear el estado en que queremos estar.